domingo, 25 de julio de 2010

Colombia: Las mujeres del pueblo minero de Amagá

Por Fabiola Calvo Ocampo
Bogotá, julio (SEMlac)
.
.
A 36 kilómetros, una hora y media después de abandonar Medellín -la segunda ciudad de Colombia después de Bogotá-, el bus descarga a varias pasajeras en una de las dos entradas que conducen a la plaza principal de Amagá. Ya no hay neblina, pero el día está opaco, tristón.

Amagá, el pueblo que el pasado 14 de junio sufrió la explosión de la mina San Fernando y que hoy siente la pérdida de 73 seres queridos, es un lugar de viudas, un sitio por el que camina la orfandad y la falta de posibilidades distintas a la minería para sus habitantes, que se encuentran tan hundidos como las minas mismas.

La carretera central queda atrás, el pueblo se inicia con la larga calle empinada que sale desde una de sus esquinas. Con alto volumen de los altoparlantes se escucha el tango "Misterios del corazón", de Valiente y Cáceres. Un hombre se asoma por una ventana y busca conversación a esta transeúnte, que sigue el descenso durante el cual observa la resaca de las pasadas elecciones presidenciales, con carteles desleídos alusivos a Juan Manuel Santos, ganador de la contienda.

El movimiento es el de un domingo cualquiera: los negocios abiertos, las cantinas con el cruce de música, copas y botellas; la gente va y viene, el centro cultural cerrado, no hay cine, la iglesia acoge a sus creyentes y al lado la emisora Voz de Amagá, hasta donde llega Luz Stella Salas Atehortua, viuda de uno de los muertos en la explosión de 1977 en la que perdieron la vida 86 mineros. Ella participa cada ocho días en el programa Despertar Minero.

Luz Stella denunció a la Iglesia católica porque, a su juicio, se aprovechó de las circunstancias para quedarse con el dinero que llegó para apoyar a las familias, incluida la suya; pero ella siguió su camino, reinventó su vida después de la muerte de su marido. "Las mujeres no tenemos posibilidades de trabajo", dijo a SEMlac, y su quehacer queda inscrito en las paredes de sus casas o la habitación que alquilan.

En Amagá, "Puerta de Oro del Suroeste Antioqueño", como se denomina al pueblo minero, Elizabeth Holguín, a sus 26 años, es una de las únicas tres mujeres que trabaja en la mina. Terminó su bachillerato y luego se vinculó al Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA) para estudiar mecánica durante siete meses, ya que la empresa Minas del Bloque le permitió las prácticas, cuenta. Ahora trabaja en las Minas San Fernando, sitio del accidente en junio. Perdió a un tío y muchos amigos.

"En la mina hacen chistes muy bravos, pero uno se los goza. A las mujeres nos colaboran mucho, nos cuidan" dice Elizabeth, madre de un niño de un año, cuyo esposo trabaja en otra mina.
Esta mujer labora en el yacimiento porque no le gustan los oficios de la casa y ha preferido trabajar en lo que tradicionalmente ha sido de hombres. Antes recogía café y arreglaba pavos, "pero también son trabajos fuertes y pagan muy poco", dice tras una amplia sonrisa y los brazos cruzados sobre una larga mesa.

La jornada de esta mujer, de claro ascendiente negro e indio, empieza a las siete de la mañana y termina a las cinco de la tarde, con un día de descanso. Llega demasiado cansada como para pensar en otra cosa y es una razón para no integrarse en la Asociación de Mujeres de Amagá.
Con una población de 33.000 habitantes, de acuerdo con una proyección de los datos del censo de 2005 del Departamento Administrativo Nacional de Estadística, Amagá parece dejado en el olvido desde hace siglos.

Sin cifras ni estudios, la gente del pueblo habla del aumento de suicidios entre adolescentes. Según el Estudio de Salud Mental del Adolescente Colombiano, que publicará la Universidad CES de Medellín, la idea suicida en Colombia empieza a los nueve años, por causa de la soledad, el consumo de drogas o los fracasos escolares y emocionales. Desde 2005 se han suicidado 929 niños y jóvenes.
No obstante, más allá de la investigación realizada en 1.070 de los 1.102 municipios de Colombia y sus franjas de edad, una niña de cinco años, hija de un minero muerto, atentó contra su vida porque ella quería reunirse con su padre.

En la población de Amagá, que se asienta en un valle de formación secundaria rico en hulla, su principal riqueza, creció la prostitución de menores de edad, en algunos casos con madres que se encargan de hacer los contactos; hay mucha violencia contra las mujeres, niñas y niños. No es este el amor, el progreso, la luz y la libertad que reza en su himno.

Luz Enith Arías, que no llega a los 25 años, perdió a su esposo Héctor Adolfo Pizarro el pasado junio. Hoy sufre el acoso de quien dice no se acercaba a ella por ser la mujer de…, no sale a la calle para no escuchar decir "mija, siento la muerte de su marido, pero usté quedó con platica".
Se encuentra en los trámites para recibir la pensión. El salario no llega completo como prometió el presidente de la República, Álvaro Uribe. Percibe 75 por ciento y ya le anunciaron que pronto recibirá mes a mes la pensión.

Sin derramar una lágrima y mostrando una gran fortaleza, Luz Enith, mientras vigila el juego de su hija mayor de cuatro años y sostiene entre sus brazos a la niña de un año, cuenta que su marido estuvo mes y medio incapacitado por depresión tras la muerte de uno de sus compañeros. Él utilizó ese mes para buscar otro trabajo, pero fue imposible. El día del accidente había vuelto nuevamente a su jornada.

Comenta que algunas mujeres se presentaron a reclamar los derechos que les asistía como viudas, pero una vez iniciados los trámites se enteraron de que no sólo una acompañaba al difunto en vida, sino que otra u otras eran madres de más hijos. Esperan la realización de pruebas de ADN para que les hagan entrega de la pensión.

Una de las líderes de la Asociación de Mujeres de Amagá, Adriana Patricia Cano Sosa, esposa de minero, coordina el proyecto apoyada por el SENA, otras aprenden la confección y algunos días un grupo de las 40 mujeres hacen aeróbicos en su casa.

La mayoría de las que desean trabajar con la Asociación se encuentran con el obstáculo de los maridos, que consideran su participación "una pérdida de tiempo, con tanto que hacer en casa".
No obstante, persisten en la tarea formadora, con charlas de profesionales que solicitan a la alcaldía, o los viernes se reúnen para intercambiar saberes. Y en este trance de duelo, por el cual pasa el pueblo, ellas se ocupan de acompañar a una de sus compañeras, que perdió a un cuñado y un sobrino, y a otras mujeres cercanas.

Mientras Adriana cuenta con entusiasmo acerca de sus actividades, su marido danza en la cocina, pues es uno de los escasos hombres del pueblo que participa en las labores domésticas y por ello dicen sus amigos que tanto él como el que fuese marido de Luz Enith "fueron enyerbados" (hechizados).
Adriana relata con orgullo que cuenta con el apoyo de su tío Alejandrino, el sindicalista, quien hace el almuerzo y recibe a los niños cuando ella tiene alguna actividad. Él le dice: "mija, vaya, vaya a su reunión que yo me quedo en la casa".

"Pero esto no ha sido siempre así: a mí me tocó un día cualquiera sentarme a hablar con mi marido, mi hija de 13 años y el niño para decirles que quería estar en la Asociación y necesitaba el apoyo de todos; di las razones y les tocó aceptar". La vida en su familia transcurre con muchas diferencias con respecto al resto de las del pueblo.

A Sandra le dice su marido que él morirá un día en la mina. Ella, aunque no quiere pensarlo, día a día se prepara "para saber hacer algo" y quiere que las mujeres del pueblo aprendan el autocuidado y un oficio diferente a los de la casa.
La alcaldesa de Amagá, Auxilio del Socorro Zapata, dijo a SEMlac que "las regalías son de 400 millones de pesos (220 dólares estadounidenses), que no alcanzan para nada, es una cantidad que no cubre las necesidades que tiene el pueblo.

La mayoría de las minas son informales y se encuentran al margen de la ley. Cuentan con 10, 20 o 50 trabajadores, pagan lo del día sin prestación alguna".

Auxilio del Socorro trabaja de la mano de la Secretaría de la Mujer de Medellín y promueve actividades que contribuyan a preparar a este sector poblacional para que, con el dinero que reciban tras la muerte de sus maridos o familiares, puedan montar pequeños negocios.
En la noche, la neblina regresó, pero la gente continuaba su andar de un lado para el otro. En la cantina, un grupo de hombres toma cerveza y, según me dice Mery, una mujer que espera a su hija en la plaza, "beben porque no soportan estar en la mina sin sus amigos de siempre y creen que mañana les tocará a ellos".

Mientras tanto, en 73 hogares se hacía el duelo recordando que, en junio de 2010, murieron hijos y nietos de los hombres muertos en 1977.

.-

No hay comentarios: