Por ST para Re-visto
12. Noviembre 2009
El trauma que genera la cobertura de guerra es un aspecto totalmente desatendido en Colombia. Los reporteros están desprotegidos. La periodista Jenny Manrique nos habla sobre la herida salud mental de los periodistas colombianos.
Colombia vive una guerra despiadada. Hace casi seis décadas. No hay relato del país que no pase por un episodio de violencia guerrillera, paramilitar o del Estado. Fruto del crimen organizado, del narcotráfico, de bandas sicariales o de las numerosas modalidades delincuenciales que se agrupan bajo diferentes sombrillas y con diferentes nombres. Sea la forma en que se exprese, mediante atentados, desapariciones forzadas, masacres, asesinatos o ejecuciones extrajudiciales, toda esta violencia siempre deja una estela de dolor y desolación que cobra esencia en un sujeto con nombre y apellido: la víctima. Al lado suyo, un testigo que puede convertirse en el vehículo para contar su historia o a veces, por acción u omisión, ignorarla: el periodista.
Colombia es un país donde el periodista se convirtió hace años en un objetivo militar. ¿Su pecado? Contar esas historias de las víctimas de la violencia que los poderosos quieren callar. Llegar a lugares remotos de la geografía nacional donde la presencia del Estado parece un chiste bogotano. Donde el horror se extiende con el ánimo de borrar testigos y palabras.
Entre 1997 y 2008 se cuentan 136 periodistas asesinados (según cifras de la Fundación para la Libertad de Prensa, FLIP) y por eso no es curioso que el número de comunicadores exiliados (sin registro estadístico) se multiplique, o que la autocensura sea una opción considerable, sobre todo en las regiones donde la prensa pone el pecho sin chaleco antibalas. En lugares donde las palabras “coraje” y “ética” cobran su verdadera esencia, pero también pagan el más alto costo si la decisión es ser incorruptible ante la franquicia criminal.
Herida salud mental
Este escenario nos hace fieles conocedores de estrategias de seguridad física. En Colombia, los periodistas tenemos manuales de autoprotección, sabemos como movernos en territorios minados, hemos elegido un lenguaje neutro para describir toda esta violencia sin arriesgar nuestra independencia y, con aciertos y desaciertos, hemos aprendido a caminar en los caseríos donde los actores armados imponen sus leyes. En caso de recibir amenazas, el Programa de Protección de Periodistas del Ministerio del Interior nos brinda escoltas, con la pésima suerte de que este servicio en el país lo presta el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), entidad altamente cuestionada por hacer seguimientos ilegales de llamadas y correos electrónicos a periodistas.
Sin duda hemos avanzado mucho en temas protección, pero seguimos desatendiendo un aspecto fundamental a la hora de documentar hechos traumáticos: nuestra propia salud mental.
“El periodista colombiano sigue sin buscar ayuda emocional”, asevera Marta Murillo, la única psicóloga colombiana que trata de manera terapéutica a periodistas que se encuentran bajo estrés sea por los traumas que cubren o por recibir amenazas a causa de su trabajo. “Todavía no existe en Colombia la conciencia clara, colectiva y educada respecto a la importancia de la estabilidad emocional, porque básicamente no la hay en ningún gremio fuera de la psicología. El periodista, por más asustado o amenazado que esté, no busca la opción del psicólogo porque lo primero que busca es la protección física”, dice esta profesional egresada de la Universidad Javeriana en 1977.
Periodismo y Trauma
A Marta la conocí hace tres años en su consultorio de Bogotá, cuando tuve que salir corriendo de la región nororiental de Santander por amenazas de paramilitares contra mi vida. Ella, con una devoción tremenda a su carrera y una pasión y respeto sin igual por los que contamos esas historias violentas, me enseñó a manejar y superar mi Desorden de Estrés Postraumático (PTSD en Inglés) y a entender de qué se trata ese binomio tan desconocido en Latinoamérica llamado Periodismo y Trauma.
El concepto ha sido desarrollado ampliamente por Dart Center for Journalism & Trauma con sede en la Universidad de Columbia, una red de periodistas y psicólogos que, a través de manuales, cursos, talleres y becas (de la cual yo misma fui beneficiaria en 2006), debaten la importancia de conocer las reacciones emocionales de periodistas y fuentes para mejorar la cobertura.
“Entendemos que en Colombia, donde los periodistas son objetivo militar, el trabajo es más peligroso. Aunque la seguridad física prevalece, no hay que ignorar que ustedes pueden traumatizarse por la guerra que cubren. Esto trae efectos entre los periodistas como alcoholismo, abuso de drogas y deterioro de las relaciones personales”, indicó Frank Ochberg, director emérito de Dart Center, durante una reciente conversación en Indianapolis, donde se celebraron 10 años de la beca que otorga ese centro en su nombre, la Ochberg Fellowship.
La danza del periodista frente al peligro
“El periodista necesita ser escuchado y respetado. Tener un break, cambiar la cobertura, pero no perder su trabajo por manifestar sus miedos. En psicología hay una teoría conocida como ‘acercamiento y alejamiento’, que es una ‘danza’ permanente de los periodistas frente al peligro- se exponen por la pasión y adrenalina que genera la historia, pero al mismo tiempo quieren buscar un refugio que no los involucre”, agrega Ochberg.
La regla de oro que se nos ha enseñado en las escuelas de periodismo es mantener las distancias con los hechos; eso hace parte de la objetividad y la ética. Pero también hace parte del ser humano reconocer que podemos resultar afectados por las cosas que vemos, olemos y sentimos- tanto en el mismo momento, como posteriormente en el relato de nuestros diálogos con víctimas y testigos. La clave está en monitorear nuestras emociones.
De allí parte la preocupación de Marta por atender a los colegas en las regiones, entre quienes la ola de amenazas se disparó el último año (94 víctimas en 2008). “En muchas regiones, los periodistas son autodidactas y no han recibido un entrenamiento profundo y técnico respecto a lo que implica el cubrimiento de un trauma. Al saber poco, se exponen al dolor de una manera virgen y la afectación es superior”, afirma la psicóloga.
“La mayoría de ellos son freelancers y, una vez que logran vender la noticia, hay poco o cero feedback de la casa editorial sobre cómo podría haberse manejado diferente, o cómo se sintió el reportero al cubrirla. Ese apoyo quizá lo tienen corresponsales de guerra de los grandes medios internacionales, pero no los locales que cubren una violencia que nunca para.”
Elana Newman, Ph.D y profesora asociada de psicología de la Universidad de Tulsa, quien forma parte del Dart Center y ha desarrollado un sinnúmero de investigaciones en el campo, señala una diferencia sustancial en este aspecto. “Los periodistas colombianos son de los más expuestos a daños físicos y psicológicos en el mundo porque son reporteros locales cubriendo su comunidad, no enviados especiales que permanecen unos días y se van. Es más difícil manejar la cobertura de eventos traumáticos sobre los que no se conoce el final. No existe el postrauma.”
Asistencia por teléfono
Junto a la FLIP, Marta fue la gestora del Primer Manual de Apoyo Emocional al Periodista que en sus propias palabras “es un manual de primeros auxilios emocionales que le enseña al reportero que si tiene ansiedad, ataques de pánico o pesadillas, no se está volviendo loco. Contiene una serie de herramientas sobre cómo se podría manejar en esas situaciones de estrés emocional y fatiga provocadas por la cobertura”.
Pese al concepto imperante del periodista “macho” que no puede ni debe hablar de sus emociones, el manual ha sido positivamente acogido entre los comunicadores que asisten a los talleres de la FLIP. Sin embargo para extender su alcance, Marta está trabajando ahora en la idea de una asesoría telefónica. “Estamos pensando con la FIP (Federación Internacional de Periodistas) en cómo dar asistencia a nivel telefónico porque es muy difícil que estos freelancers puedan financiarse una terapia y vengan a Bogotá a recibir tratamiento (…) Yo quisiera que hubiera un psicólogo en cada región del país que se encargara de ellos, pues la persona muchas veces necesita incluso un abrazo y nada de eso se puede dar por teléfono. Por ahora es más una solución a una situación desesperada, pero no es lo ideal.”
Su diagnóstico parte de un trabajo de cerca de una década con periodistas, tiempo durante el cual Marta ha encontrado pacientes “sin fe en la humanidad y con una sensación de inseguridad permanente, cuyas esperanzas están totalmente truncadas”. Por eso entiende que elijan el exilio pero lamenta que el regreso los exponga a situaciones aún más traumáticas.
“Hay una falla del Estado que ha permitido que el gremio esté absolutamente desprotegido laboralmente y otra de la casa editorial que debería sentirse moralmente responsable de apoyar a su regreso al periodista que sale del país porque el trabajo que producía para su medio lo hizo blanco de amenazas. El reportero se salva temporalmente al exiliarse, pero muchas veces esa salida es su muerte profesional porque vuelve y su puesto no solo no está disponible, sino que él mismo se convierte en un leproso que la sociedad rechaza porque puede ser amenazado de nuevo.”
Mientras la conciencia crece entre reporteros, editores y hasta lectores sobre este tema, Marta seguirá atendiendo periodistas en su consultorio de Bogotá. El mismo en el que nos encontramos cada tanto para hablar de un tema que nos desvela.
Jenny Manrique es la primera periodista latinoamericana becada con la Ochberg Fellowship por el Centro Dart para Periodismo. Este centro reconoce la importancia y promueve el que los medios les presten atención a las víctimas de la violencia y entrena a periodistas para abordar temas traumáticos. A sus 28 años, Manrique cuenta ya con una larga trayectoria profesional. Después de escribir para El Espectador se marchó a trabajar a Bucamaranga. Allí coordinaba la separata “Séptimo Día” del diario regional Vanguardia Liberal de Santander, Colombia. Tras publicar varios artículos sobre los abusos de las fuerzas paramilitares en la región del Magdalena Medio, al noreste de Colombia, tuvo que huir. En Lima recibió protección del Instituto Prensa y Sociedad (IPYS). En 2008, Manrique obtuvo la prestigiosa beca de la fundación Elizabeth Neuffer Fellowship, un programa para mujeres periodistas que cubren temas de justicia social, patrocinado por la International Women’s Media Foundation. Depués volvió a Colombia, donde reside actualmente.
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