Por Tere Mollá
Desde hace cuatro meses
estoy trabajando en una oficina de atención a la ciudadanía y a la primera
persona que se encuentran al entrar es a mi. Con los recortes de personal que
se está llevando a cabo en todas las administraciones, y la Generalitat
Valenciana no es una excepción, en estos momentos y hasta dentro de
aproximadamente un mes, seguiré estando sola en lo que atención directa a la
ciudadanía se refiere. Es un trabajo muy enriquecedor en el aspecto humano
puesto que conoces y descubres gente de todos los perfiles y con variadas
características.
Un ejemplo de lo que digo es
el hecho de quedarme de piedra cuando se sentaron a la mesa un par de chavales
de unos veinte años a los que el trámite que demandaban les exigía rellenar un
sobre con sus datos y pegar un sello. No supieron hacerlo, a pesar de ir
cargados de dispositivos digitales. O quizás precisamente por eso no sabían
rellenar correctamente el sobre ni donde pegar el sello. No sé.
Después de estos dos primeros, han sido bastantes más los que han venido con el mismo problema.
Después de estos dos primeros, han sido bastantes más los que han venido con el mismo problema.
Pero dejando aparte este
tipo de circunstancias y otras muchas con las que cada día nos “regala” la
ciudadanía que requiere de nuestros servicios, si he de elegir algún tipo de
gente, definitivamente me quedo con las personas mayores y especialmente con
las mujeres mayores que vienen solas u acompañadas, para trámites propios u
ajenos, pero siempre con una enorme vocación de servicio y de ayuda.
No sólo son, por lo general,
mucho más educadas y respetuosas en el trato, también su disposición a escuchar
y a atender las explicaciones que se les dan es diferente, puesto que sólo en
raras ocasiones son prepotentes. A medida que les ves explicando aquello que
han venido a buscar van haciendo preguntas a veces con ironía, otras veces
cuando has de repetirle las cosas, se deshacen en disculpas, cuando te piden
que les hagas alguna anotación, vuelven a pedir disculpas a pesar de que
insistas en que es tu trabajo.
Especial ternura me producen
aquellas que se sientan, sonríen y después del saludo de rigor, lo primero que
te dicen es que no saben leer ni escribir y que las disculpes por su
ignorancia. Me remueven el alma, porque además siempre lo hacen con una tímida
sonrisa. Son sabias en conocimientos de la vida, han criado a sus hijas e hijos
y además muchas de ellas les siguen ayudando con los nietos. Han sobrevivido al
hambre y la miseria de la postguerra en donde quizás perdieran a seres
queridos. Llevan toda la vida trabajando para salir adelante como han podido,
incluso emigrando y dejando atrás familia y la poca hacienda que pudieran
tener, y piden disculpas por su ignorancia!!!
Atendiendo a este tipo de
mujeres, y si no hay demasiada gente esperando, pierdo la noción del tiempo. Y
lo pierdo precisamente porque
necesitan ser atendidas como ciudadanas de primera categoría, que es lo que en
realidad son. Y lo primero que procuro hacer es reforzar que no son, para nada
ignorantes y que la sabiduría no está siempre contenida en los libros y que
cada una de ellas podría escribir o dictar millones de historias de vida que,
al resto de la comunidad, nos ayudarían a crecer en el aspecto humano. Suelen
insistir en su ignorancia aunque agradecen las palabras que les dedicas.
Otra característica de este
maravilloso grupo humano es que, una vez expuestas sus demandas y de haberles
explicado lo que hay que hacer para la satisfacción de la misma, con todo el
mimo que soy capaz de dar en estas situaciones, y mientras les estoy rellenando
y preparando la documentación, te van contando trazos de sus vidas. Y unas te
cuentan que con diez años se fueron con su familia a Alemania a trabajar, otras
que tuvieron a su primera criatura trabajando las tierras de la familia de su
marido, otras que su marido de noventa años está postrado por un accidente y
que lo tiene que cuidar y cuando la miras la ves temblando y no sabes si es de
dolor, de miedo, o de qué...otra te cuenta que después de más de cincuenta años
de convivencia y cinco hijos en común, ella y su pareja han decidido
inscribirse como pareja de hecho, pero que “casarse por la iglesia, nunca!!”.
Otra viene con varias criaturas e intenta por todos los medios que no hagan
ruido y no deja de excusarse con que “son niños…” y se disculpa por sus juegos
en un espacio público. Otra me contó que sus antepasados formaban parte de la
comitiva que trajo El Cid a Valencia (aseguro que es cierto que me contó, con
mucho lujo de detalles lo que estoy contando) y otra señora, puesto que eso es
lo que son señoras, me pidió que le rellenara unos papeles para su hija
discapacitada y al cabo de un rato apareció con unos pastelitos “para que
desayune”. Por mucho que insistí en que era mi trabajo, no hubo ninguna
posibilidad que se llevara los pastelitos y ese día gracias a ella, las
compañeras y compañeros de otros departamentos y yo desayunamos aquellos
deliciosos pastelitos.
Son deliciosamente tiernas
aunque tienen su carácter y suelen agradecer siempre la atención que les has
prestado con la mejor de sus sonrisas y esa, es la mayor satisfacción que me
queda por haber realizado mi trabajo.
Por eso hoy, sin que sea el
día internacional de nada, ni se celebre ningún homenaje, quiero dedicarles a
ellas, a las mujeres mayores estas palabras de agradecimiento por sus
enseñanzas en los minutos que dura la atención, por su humildad pero fortaleza
ante la vida, por su enorme sabiduría sobre la vida, por su tesón por
solucionar los problemas familiares, por su sonrisa, por su actitud frente a lo
que ellas consideran situaciones injustas.
Quiero agradecerles su lucha
por una sociedad más justa, por una mejor calidad de vidas para sus
descendientes y, por ende, para todas las personas que las rodean.
Quiero desmontar el mito de
que son ignorantes, puesto que no lo son, tienen sus cabezas y en sus corazones
una enorme sabiduría de la que a veces no son para nada conscientes y que las
lleva a ser muy agradecidas cuando se lo haces notar.
Estas mujeres mayores,
trabajadas, sabias y llenas de amor por los suyos, tienen una majestad que para
sí quisieran aquellos que tienen este título y lo utilizan ostentosamente sin
tener ni un ápice de dignidad como la que tienen estas señoras.
Con toda humildad, hoy he
querido traerlas como eje central de mi artículo. Por su dignidad, por su
majestad, por su sabiduría y por todo el respeto y ternura que me despiertan.
Gracias a todas ellas por lo
que me han aportado en estos cuatro meses que llevo trabajando en atención directa a la ciudadanía. Ha sido un
gran descubrimiento para mí.
Ontinyent, 20 de septiembre de
2013.
tmolla@telefonica.net
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